Claro que había piernas desnudas y gentes apoyadas en una
barandilla o barra de bar, pero en general estábamos sueltos, juntos, de pie,
con alguna mano en alto. Arriba soplaban por adelantado aires de melancolía; es
decir, de exaltación. Y es que no es poca cosa despedirse de 19 años musicales
tratando de construir un castellano más emocional. Arriba todo indicaba que el hasta siempre de ayer no iba a salir
bien, que algún tipo de energía se había confabulado para destrozarles el show,
pero se deduce de estas situaciones que algo sale mal mucho más allá del
escenario, mucho más allá de un determinado concierto, que fallan los recuentos
o los gustos o las intenciones, que uno quisiera descolocar las filas o las
ventas para que Standstill y otros tantos que dejamos caer, tuviesen un lugar
donde poder dar lo mejor de sí mismos sin estar pendientes de la hora, del día,
de las radios masivas o de los programas de televisión que juegan e insultan al
sentido común de la música, y en algunos casos, hasta suponen un recurso medio
desesperado para tratar de encontrar cierta justicia en gente con tanto talento y trabajo
a sus espaldas como Pablo Galiano o Néstor Pardo. Se dicen todas estas cosas,
pero en verdad no habrá remedio para que todo salga bien dado lo que ya está
hecho y lo que vendrá. No serán en vano los esfuerzos, las caídas, los
destemples, las lumbalgias, los discos y las furgonetas, los acoples, el
espectáculo.
Anoche se lloraba por dentro en La Riviera que a esta hora de la
mañana seguro que está vacía y pensativa, llena de flechas por el suelo, de
preguntas. No apetece despedirse y no se hará, ni si quiera se deben leer
crónicas o artículos del concierto de ayer porque en realidad no ha sucedido y
queremos ser niños que con la negativa y cierto belicismo hagamos desaparecer
momentos que de mayores ya estaremos a tiempo de vivir. Nos volveremos a ver. Vivalaguerra, la vuestra, siempre.
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